El Sentido de la Bioética
Decidir en Recta Conciencia
Noviembre 2008. La idea de que todos y cada uno de nosotros es capaz de un entendimiento básico de la ley moral es un concepto siempre presente en la argumentación bioética. Esta capacidad distintiva del ser humano, que en la cultura occidental conocemos como “conciencia”, nos ayuda a elegir correctamente cuando tenemos que tomar algunas decisiones morales básicas. Hasta los niños parecen reconocer instintivamente esta ley superior cuando se les instruye sobre lo que está bien y lo que está mal. El hombre descubre en lo profundo de su conciencia esa ley que él no se ha impuesto a sí mismo, pero que debe obedecer. La conciencia ha sido muy bien descrita como el núcleo más secreto del ser humano y su sagrario.
Como creaturas conscientes que somos, estamos orientados a aspirar al bien y evitar el mal. Pero debido a nuestra naturaleza quebrantada, misteriosamente nos atraen de igual manera las elecciones equivocadas y dañinas. Es posible también que otras voces a nuestro alrededor nos induzcan a silenciar o acallar lo que nuestra conciencia nos dicta. Conforme avanzamos en edad puede suceder, inclusive, que logremos cierto grado de refinamiento y justifiquemos las elecciones personales que no son buenas, elecciones totalmente contrarias a la ley de nuestro propio ser. El sagrario interior de la conciencia es muy frágil y podemos fácilmente transgredirlo, por lo que se requiere mucha atención de nuestra parte si queremos permanecer fieles a él.
Recuerdo el caso de una pareja que había estado viviendo en unión libre por muchos años. Ninguno de los dos había pensado seriamente en el matrimonio, pero un día se dan cuenta de que ella está embarazada. El joven, católico, decidió hablar con el sacerdote. Los tres se reunieron una tarde, platicaron largamente y al final decidieron que el aborto no era una opción. Hablaron también sobre la posibilidad de casarse en un futuro próximo.
Más tarde, ese mismo día, los papás de la muchacha visitaron a la pareja. Eran unos padres flexibles y habían aceptado bien la situación de que su hija viviera en unión libre. Durante la cena la joven comentó lo de su embarazo, y con esta revelación las cosas cambiaron. Cuando terminaron de cenar la mamá llevó a la hija aparte y le dijo: “Mira, tienes todo un futuro por delante. No te conviene pasar el resto de tu vida con este muchacho. Querida, tienes que abortar”.
A la mañana siguiente, los dos jóvenes regresaron a ver al sacerdote. El muchacho mencionó la conversación con la mamá de la joven y dijo que estaban reconsiderando la opción de abortar. “Ya habíamos tomado una decisión ayer”, dijo el sacerdote. “¿Y eso qué importancia tiene?, --contestó el muchacho--, puedo decidir algo el día de hoy y mañana cambiar de opinión”. El sacerdote le respondió simplemente: “Para cierto tipo de decisiones no se puede cambiar de opinión. Si te retractas de esa decisión hoy, mañana ya no sabré quién eres…”.
Esta respuesta desconcertó al muchacho, pero al reflexionar en ello más tarde, comprendió que el sacerdote tenía razón. Cierto tipo de decisiones tocan hasta el mismo fondo de nuestro ser. Aceptar o rechazar la tentación a actuar gravemente mal, como lo es el abortar, toca nuestro corazón más profundamente que muchas otras elecciones diarias de menos peso. Al final, son nuestras decisiones morales las que determinan quiénes somos y lo que llegamos a ser. Cuando nos comportarnos en contra de una conciencia recta estamos violando y desfigurando quiénes somos y nos hacemos menos humanos. A eso se refería el sacerdote cuando le dijo al muchacho que ya no podría saber quién era.
Otro caso real que recuerdo en relación a la suave voz de la conciencia es el de una madre de tres niños que, al enterarse de que nuevamente está embarazada, empieza a tener dudas y a pensar que no podrá con la carga de otro hijo. Finalmente, cuando iba a su siguiente revisión médica, decide abortar. El médico no estaba enterado de esos planes, por lo que inició con el ultrasonido de rutina para ver cómo iba progresando el embarazo. Los tres niños, que también acompañaron a su mamá al consultorio, estaban ocupados jugando en el piso. Cuando el doctor pasó el escáner por el abdomen de la mamá, el niño más pequeño levantó la vista de los avioncitos de juguete para ver a la pantalla, y dijo: “¡Mira mamá, un bebé!”. Esa misma tarde, al salir de la consulta médica, ella ya estaba segura de que no podía terminar con aquella vida que crecía en su vientre.
Muchas veces, es la mirada y el corazón de un niño lo que nos recuerda cómo es una conciencia pura y recta. Como adultos, formar la conciencia significa practicar la virtud eligiendo de manera repetitiva y terminante lo que es bueno, verdadero y moral. Esto trae orden a nuestra vida y genera paz en nuestro corazón. En última instancia, descubrimos cómo ser plenamente humanos sólo en la medida en que seguimos fielmente la suave voz de una conciencia que se ha ido formando en la rectitud.