El Sentido de la Bioética
¡Fuego en la Clínica!
Mayo 2008. Un argumento al que frecuentemente se recurre para justificar la destrucción de embriones humanos empieza así:
Supongamos que se incendia una clínica para la fertilidad. Usted es el único adulto presente, hay un bebé recién nacido y 5000 embriones congelados en un tanque de nitrógeno líquido. Usted sólo puede salvar a uno de todos ellos antes de que el fuego consuma el edificio. ¿A quién elegiría usted? |
De acuerdo con este argumento, sólo el extremista más apasionado y radical elegiría el contenedor con los embriones en lugar del bebé recién nacido. Y con esto parece demostrarse lo que los defensores de la experimentación con células madre embrionarias han estado diciendo todo el tiempo, esto es, que todos hacemos una distinción moral entre embriones y niños, y que matar embriones no puede estar en el mismo nivel moral que matar niños. La destrucción de embriones, ellos concluyen, no plantea ningún problema moral real si estos son destruidos durante la experimentación para beneficio de otros.
Es claro, sin embargo, que este argumento no logra justificar lo que propone.
Si cambiamos ligeramente la historia veremos dónde está la falla. Imaginemos a tres hermosas hermanitas recién nacidas durmiendo juntas en una cama de hospital. En otra cama al lado de las bebés, está la madre, inconsciente y recuperándose de la cirugía. El papá de esas niñas se encuentra en una sala de espera al fondo del pasillo y es la única persona presente en el área cuando, repentinamente, se origina un gran incendio. Él corre por el pasillo para salvar a su familia pero sólo podrá arrastrar una sola cama para sacarla del cuarto antes de que el fuego haga imposible rescatar a nadie más. Si elige rescatar a su esposa en lugar de sus hijas, ¿significa eso que hace una distinción moral entre su esposa y sus hijas? ¿Significa, de alguna manera, que él aceptaría que científicos investigadores experimenten con las bebés o que las sacrifiquen en aras de la ciencia? Es claro que no –de su acción nunca se podría llegar a tales conclusiones. El elegir salvar a su esposa no indica que concede a sus tres hijas menos valor que a su esposa, o que las ve como “menos humanas” que ella . Indica, más bien, que debido a que él ha convivido mucho con ella a través de los años, está emocionalmente más apegado a ella, que reconoció su voz, y que en un nivel emocional inmediato él respondió a esa continua amistad con ella. Dicha decisión no dice nada, ni siquiera al propio padre, de qué tan valiosas en realidad son para él sus hijas. Lo mismo sucede respecto a los embriones que pudieran quedarse atrás en el caso del congelador: salvar al recién nacido no dice nada en relación al valor y la dignidad intrínsecos del embrión ya que es probable que el rescatador esté reaccionando de forma inmediata a lo que le es más familiar, es decir, al bebé recién nacido.
Como sacerdote y bioeticista, frecuentemente se me hace la difícil pregunta de qué deben hacer los padres con sus embriones “sobrantes” que resultan de la fertilización in vitro. En esas conversaciones es casi palpable la angustia y la culpa de los padres en su esfuerzo por encontrar una forma de liberar a sus hijos atrapados en esos congelados orfanatos. Después de haber conocido personalmente a muchos padres y madres en esa situación, estoy convencido de que si tuvieran que “enfrentarse al fuego”, algunos de ellos bien podrían elegir a sus embriones en lugar del recién nacido de otros padres. Los lazos familiares son muy poderosos, y he conversado con hombres que han manifestado que si tuvieran que elegir entre sus tres hijas o su esposa, ellos permanecerían en la clínica tratando de salvar a toda la familia, aún y cuando esto significase morir en las llamas.
El caso hipotético del incendio en la clínica, donde se tiene que tomar una decisión instantánea, pierde de vista la cuestión esencial de cuáles son nuestras obligaciones morales reales hacia el embrión humano. Lo que hace un caso así es, realmente, enfrentarnos a una priorización de emergencia en una situación desesperada, artificial y poco probable, lo cual nunca será una base legítima para determinar o deducir principios morales. En un momento de temor o dificultad de esa magnitud lo que se necesita es una decisión inmediata, no un calmado razonamiento basado en principios morales. Cuando tenemos que tomar una decisión tan difícil como la anterior es posible que sintamos instintivamente que el bebé recién nacido ya está en camino de ser un miembro adulto de la sociedad. El salvar al recién nacido contribuye, por lo tanto, a un resultado razonablemente cierto en el futuro –mientras que salvar a los embriones no ofrece esa certeza práctica respecto a su futuro o a su destino final. Algunos de los embriones de ese contenedor tal vez lleguen a ser implantados en la matriz de su madre, pero aún así pueden morir o ser sometidos a una “reducción selectiva”; algunos otros tal vez sean destruidos si los encargados de la clínica los consideran “inadecuados”; otros tal vez sean cedidos a investigadores para experimentos que implican la destrucción de embriones; muchos tal vez permanecerán en el profundo congelamiento por tiempo indefinido. Si yo eligiera salvar del fuego al recién nacido, esa acción no indicaría nada significativo respecto a lo que pienso del valor moral de los embriones humanos atrapados en el congelador. Indicaría, más bien, el juicio instantáneo que hago en una situación de crisis o de urgente priorización y basado en resultados previsibles.
Estos escenarios hipotéticos nos recuerdan que el tomar decisiones morales complejas bajo presión no es cosa fácil, y que dependerá, necesariamente, de muchos factores –las circunstancias particulares, las relaciones familiares, los resultados probables que se prevén, así como los aspectos emocionales del caso. También nos recuerdan que el proceso para llegar a los juicios éticos correctos no depende, en última instancia, de imaginarnos escenarios exasperantes y poco realistas para justificar determinadas conclusiones. El caso imaginario del incendio en la clínica sí nos hace ver, sin embargo, que no estamos familiarizados con los embriones y por lo tanto es probable que reaccionemos hacia ellos de una forma diferente a como lo hacemos hacia un bebé completamente formado. Pero también debe servirnos para recordar cómo no debemos familiarizarnos con ellos, es decir, que para empezar, los embriones no se supone que deban estar en congeladores, sino únicamente en la seguridad del vientre materno. El clásico ejemplo hipotético del incendio en la clínica al que se recurre como argumento pierde de vista la cuestión central del valor inestimable de cada uno de esos embriones humanos y nos induce, con una maniobra distractora, a dar una respuesta emocional basada en lo que en un momento de crisis nos es más familiar.
En nuestro aquí y ahora, la clínica no se está quemando y tampoco estamos en la situación de tomar una decisión salomónica entre salvar humanos embrionarios o humanos de más edad. Lo que tenemos que hacer, más bien, es esforzarnos por construir una sociedad que se preocupe igualmente tanto por unos como por otros y que los proteja a ambos por igual.