El Sentido de la Bioética
Persistente Estado de Negación en la Profesión Médica y su Costo Real
Enero, 2010. En los primeros años de 1800 la mayoría de los médicos se negaba a creer que el simple hecho de lavar sus manos entre pacientes podía prevenir el contagio de fiebre de parto a las mujeres embarazadas que examinaban. No obstante la evidencia científica innegable, los médicos se oponían tercamente a dicha práctica. Esa intransigencia por parte del sistema médico duró por muchos años, acarreando como consecuencia la muerte innecesaria de miles de mujeres jóvenes a causa de la fiebre de parto (también llamada fiebre puerperal).
Una intransigencia similar existe hoy en día entre muchos médicos que se niegan a “higienizar” sus manos del aborto, y tampoco reconocen el efecto crucial y peligroso que éste tiene en la salud de la mujer, es decir, el aumento del riesgo de cáncer de seno. Ya se ha demostrado que existe una correlación entre el aborto del primer embarazo y una elevada incidencia de cáncer de seno. Sin embargo, a pesar de la evidencia científica innegable, la comunidad médica que apoya la práctica del aborto insiste tercamente en no reconocer dicha correlación y se niega a informar a las mujeres sobre este serio riesgo. Como en aquellos años de 1800, hoy también siguen muriendo mujeres innecesariamente por una intransigencia que ha durado ya muchos años.
Cuando el Dr. Ignaz Semmelweis, en la década de 1840, empezó a exigir a médicos y estudiantes el lavado de manos antes de examinar a cada mujer y antes de cada parto, la tasa de mortalidad en el área de maternidad del hospital de Viena bajó de 18 por ciento a 1.3 por ciento. A pesar de ello, la mayoría de los compañeros del Dr. Semmelweis consideraban esta práctica como un desperdicio de tiempo, y por varias décadas más siguieron negándose a ella o a reconocer su importancia. El Dr. Semmelweis continuó presentando evidencias estadísticas de que lavarse las manos salvaba vidas, pero año tras año lo seguían criticando en revistas científicas y renombrados médicos lo ridiculizaban en toda Europa. Terminó siendo despedido del hospital por su insistencia en la higiene de las manos.
En aquellas primeras décadas de 1800, quienes se suponía debían estar dedicados a salvar vidas, estaban más preocupados por lo políticamente correcto y por conservar sus propios intereses académicos; subordinaban el ejercicio óptimo de la medicina a otras presiones y a creencias equivocadas. De manera similar, el sistema médico de hoy enfrenta la tentación de poner ciertas ideologías irracionales por encima de los intereses del paciente. Conforme la medicina moderna se va transformando sutilmente en una disciplina esquizofrénica que algunas veces trabaja para salvar a los pequeños pacientes en el útero, pero otras para dañarlos con el aborto, es fácil terminar por minimizar o ignorar los efectos nocivos del aborto en la mujer, como sucede con la relación entre éste y el cáncer de seno.
Más de 28 diferentes estudios realizados a lo largo de 45 años han demostrado que el aborto es un factor significativo de riesgo de cáncer de seno. La evidencia epidemiológica ha demostrado abundantemente no sólo esta correlación, sino que también ha demostrado que tener el primer parto a término completo, especialmente en mujeres jóvenes, aporta un importante efecto protector contra el cáncer de seno.
Ante estas evidencias de investigación, algunos científicos y médicos (particularmente aquellos conectados a la industria del aborto) se apresuraron a indicar que dichos resultados eran “inconsistentes” y que realmente no conducían a “conclusiones definitivas”. Es por eso que hoy en día las jóvenes rara vez reciben de sus médicos la información sobre estos riesgos. El aborto se mercadea agresivamente como un “derecho de la mujer” y es el procedimiento más común y lucrativo en Estados Unidos actualmente. Una parte importante del sistema de salud aquí, incluyendo varias asociaciones profesionales como la American Medical Association, parece evadir las discusiones serias en torno a los riesgos de salud por el aborto. Hace algunos años el Dr. George Lundberg, ex editor del Journal of the American Medical Association, en una entrevista para la revista Health Affairs, comentaba que el aborto y el tabaco son “temas sensibles” que por muchos años han estado en la lista de “no tocar” de la American Medical Association.
El peligro que representa el cáncer de seno a causa del aborto inducido constituye un riesgo de salud muy serio del cual la mujer merece ser informada completa y adecuadamente. Es notoria y preocupante la falla ética del sistema de salud y de las diversas asociaciones encargadas de vigilar al respecto. Y mientras que los profesionales de la medicina moderna no vuelvan a incluir el repudio al aborto directo como parte de su credo profesional, como antes lo profesaban en el Juramento Hipocrático, poco vamos a avanzar en cuanto a los serios problemas de salud de la mujer relacionados con el aborto, entre ellos el cáncer de seno.
La medicina de hoy necesita desesperadamente salir de ese persistente estado de negación en que se encuentra y limpiar sus manos de la perjudicial e inmoral práctica del aborto, si es que aspira a profesar de una manera cabalmente responsable ante las necesidades médicas de las mujeres embarazadas y de sus bebés.